Constanza muere


La poética de la muerte

No hace falta ninguna alerta de spoiler. Por si el título no fuera suficientemente contundente, potenciales espectadores, sepan que Constanza, la protagonista de esta historia, va a morir durante el transcurso de la pieza. Lo que están invitados a descubrir cada jueves es de qué manera y, en menor medida, quién es ella. En estas preguntas, irreductibles a una sinopsis, y en la vida que cobran a través de una interpretación encantadora, es donde se instalan la magia y el placer escópico que propone su creador. Ese cliché acerca de que el teatro ofrece a los actores la posibilidad de componer personajes que difícilmente podrían representar en cine o en televisión cobra verdadero sentido en este nuevo trabajo de Ariel Farace. Analía Couceyro deleita con su anciana singularísima que, consciente de que falta poco para su deceso, ensaya su final cada domingo, en un ritual con té y con masas para sus únicos invitados: la música y la parca.

Constanza muere es una obra rara e incómoda para el público, porque no le permite asentarse en ningún estado de ánimo en particular. Es difícil pensar que se trata de un trabajo alegre, porque la muerte es la muerte y Constanza no se quiere morir, pero más injusto aún es quedarse con la idea de que es una obra lúgubre. El final de la vida, leitmotiv de este trabajo, no es ni lo más lindo ni lo más feo que tiene la existencia humana: es, sencillamente, una de sus partes inevitables y acá se cuenta sin efectismos.

Constanza muere es, también, una obra que juega de manera interesante con su tiempo narrativo: avanza poco, de manera pausada y, más que a través de las acciones físicas, a partir de las reflexiones de su protagonista. Durante los últimos momentos de su vida, Constanza tiene más pensamientos que anécdotas para compartir. La cercanía de la muerte no la pone revisionista, sino más bien filosófica. A Constanza, mucho más que rememorar su vida, le vienen ganas de analizar todo, desde las cualidades de vivir sola hasta las propiedades de los alimentos.

Esta obra es, finalmente, la excusa para ver a Couceyro desdoblarse con maestría en las expresiones de anciana y el cuerpo de bailarina joven que exige su criatura, pariente poética de la protagonista de Luisa se estrella contra su casa (otra imperdible puesta del director que acaba de reponer por unas semanas en Timbre 4). Como en aquel trabajo, donde Luisa atravesaba un duelo acompañada por Odex, su ayudante en la limpieza de la casa, los personajes "reales" conviven naturalmente con los personajes fantásticos: ponerlos en diálogo para crear un universo siempre oscilante entre la realidad y los sueños es el rasgo de estilo sobresaliente de su autor.

Fuente: La Nación

Sala: El Portón de Sánchez (Sánchez de Bustamante 1034) / Funciones: jueves, a las 22

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